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La Florida rehispanizada

por en Historia

Andrés R. Rodríguez ( https://www.facebook.com/andresr.rodiguez.1 )


España alguna vez fue bendecida por la historia cuando los reyes católicos aceptaron apoyar a un loco que había naufragado en las playas y la corte de la cercana Portugal. Allá los cuerdos sabios que rodeaban al rey vieron muy poco viable su proyecto y prefirieron seguir bordeando África en la búsqueda de Cipango-Catay y las especias. Mientras, los reyes católicos de Castilla y Aragón, en el propio proceso de hacerse e integrarse en España, decidieron que tal vez no estaba tan desquiciado. Esa apuesta colocó a su corona a la vanguardia de la cultura europea y a sus descendientes, decidiendo los derroteros del mundo por más de 300 años.


En 1561, una real ordenanza de Felipe II definió el destino de una gran bahía cerrada al occidente de Cuba, de estrecha y defendible entrada y conveniente cercanía a la Corriente del Golfo, una enérgica cinta transportadora que empujaba a los barcos veleros hacia Europa. Esta corriente marina devino en la sangre que sostuvo al Imperio por más de tres siglos.


Designada La Habana como lugar de arribo y salida del convoy de buques en trasiego con la metrópoli, fue el punto de obligado destino de la llamada Carrera de las Indias o Flota de La Plata. Recordemos que en esa época los reinos europeos eran monarquías absolutistas, muy centralistas y que no permitían el libre comercio. Así, La Habana llegó a ser en los siglos XVI-XIX uno de los mayores puertos del Imperio Español y del mundo, a lo que coadyuvó la llanura y fertilidad de sus tierras circundantes y el rápido
crecimiento en esta latitud de la caña de azúcar.


El destino de La Habana (y de Cuba) lo propuso exactamente Pedro Menéndez de Avilés, Almirante de la Flota de la Plata, Adelantado en La Florida, fundador de San Agustín (el único asentamiento hispano en Norteamérica que ha perdurado hasta hoy en día. Su objetivo original era salvaguardar el paso de la flota) y luego Capitán General en La Habana (Gobernador). Gracias a sus conocimientos marineros, dicho puerto fue emergiendo como gran ciudad, interrelacionada directamente con España, más exactamente con Sevilla primero y a partir de 1679 con Cádiz. Más, a la vez estaba conectada con la cercana Península de la Florida, en los hechos ocupada por Avilés para evitar ataques a la Flota de la Plata y administrada desde La Habana. Y unida a la corona española estuvo por más de 3 siglos. En 1763, es cedida a Inglaterra a cambio de La Habana, el año anterior invadida y ocupada por la mayor flota inglesa hasta ese momento.

Por otro lado, hay que resaltar que EE. UU. contó con tropas regulares españolas para su independencia. Así, por ejemplo, un destacamento salió de La Habana en abril de 1781, comandado por Juan Manuel Cajigal. Iba como su edecán un joven oficial Francisco de Miranda, quien destacó en la
Batalla de Pensacola y fue ascendido a teniente coronel. Como consecuencia, las tropas inglesas tuvieron que dispersarse hacia el sur, dando un respiro al General Washington. La Florida es entonces reintegrada a España hasta 1819.


Cuando surgió EE. UU., la nueva nación se esmeró en seguir un “contrato social” que favoreciera al entrepreneur, al inventor. Incluso algunos de sus padres fundadores evidentemente lo eran. El trasatlántico estadounidense, por imperio de la geografía, desde antes ya arrastraba un bote auxiliar
llamado Cuba. Por ejemplo, desde mediados del siglo XVIII goletas (schooner) navegaban desde las 13 colonias y contrabandeaban activamente con La Habana. De esta manera el industrialismo norteamericano ya estaba unido económicamente a la pequeña isla, daban luz al “París del Caribe”.


Cuba no se separó de la madre patria a principios del siglo XIX, como la mayoría de las provincias de Hispanoamérica. Permaneció como parte de la corona, pero hacia 1868 afloraron profundas contradicciones económicas como propuestas autonomistas, independentistas o anexionistas. Este último movimiento pretendía agregar la isla como otro estado a su vecino del norte. Fue impulsado por el venezolano Narciso López, que desembarcó en las costas cubanas con una llamativa bandera roja-blanca-azul y una estrella, que evidentemente quería ser parte de otra bandera tricolor y estrellada. Ello le costó la vida.


Luego, a partir de 1868 Cuba sufrió los efectos de una devastadora guerra civil, lo que implicó una profunda degradación económica y más tarde, con la aún hoy confusa explosión del Maine, la consiguiente intervención del ejército norteamericano en la contienda. Bajo ocupación norteamericana, la economía cubana hacia 1910 fue enfocada fundamentalmente a la producción azucarera. Y floreció ostensiblemente como abastecedora del creciente mercado en el Norte.


Es de notar que, a pesar de la ocupación militar estadounidense y las necesariamente estrechas relaciones con el vecino del norte, no ocurrió en Cuba un proceso de aculturación hispana en favor de una anglo-reculturación. Por el contrario, las relaciones Cuba-madre patria continuaron siendo sentidas y fluidas, hasta el punto que entre 1910-1926 emigraron desde la península cerca de 600 000 personas, unas 35 000 anuales, y se establecieron entre los cubanos como si fuera en Las Canarias. Milagrosamente el cordón umbilical Sevilla-Cádiz-La Habana no había sido cortado ni por machete mambí ni por los cañones de los destructores yanquis en Santiago de Cuba. Ello explica que aún hoy las relaciones de cubanos y españoles de cualquiera ideología y en todas las geografías siguen siendo las de primos, miembros de la misma etnia. Se estima que más del 50% de los cubanos tiene ancestros españoles y habitan la isla más de 300 000 personas con vigente nacionalidad española.

Cuando en 1959 unos barbudos toman el poder en La Habana, no por el escaso poder de fuego de unos garands sino porque Batista se quedó sin apoyo desde EE.UU., pretendidamente asaltaron de manera “revolucionaria” una ciudad pujante, aún muy parecida a Cádiz o a Sevilla.


Es cierto que le rodeaban muchas contradicciones, con elementos de país desarrollado mezclados con los desastres del subdesarrollo, sobre todo en el interior del país. Pero el ímpetu reestructurador fue más anarquizador que constructivo, porque se trató de llevar a cenizas el edificio social para rehacerlo “racionalmente”. Pero según “la razón” de unos inexpertos jacobinos. Para colmo, luego se dejó la nación en manos de un solo endiosado individuo, convencido de que podía superar la obra de Robespierre y Lenin. Este reordenamiento “revolucionario” y “absolutista” que ocurrió en Cuba, recuerda de cierta manera lo que había sucedido a finales del siglo XVIII en Haití, donde otra revolución jacobina, en este caso extremadamente violenta e incendiaria, determinó el asesinato o la expulsión de los hacendados franceses. Ello dejó al país en extrema misera hasta hoy. En ese entonces, unos 30000 franceses se reasentaron en Cuba, principalmente como hacendados cafetaleros.


Cuando en 1960 los barbudos llegaron al poder, pareció que las diferencias se habían resuelto con plomo. De reafirmarlo se encargaron la prensa, en su mayoría pro-jacobina, y luego los servicios secretos del nuevo régimen y tal vez algún otro. Pero Batista no se fue del poder porque un par de miles de hombres mal armados se le enfrentaron, sino porque el embajador norteamericano le había notificado que ya no recibía más armas. No se trató de fuerza militar sino de geopolítica, espionaje e información. Una vez en el poder, el discurso insurgente socialdemócrata e incluyente se transformó en uno excluyente, que en 1961 se desnudó como ideología comunista, e impuso la dura “dictadura del proletariado” con criterio leninista: eliminar todo disenso del dogma. Jamás antes dijeron que convertirían el país en “su” campamento.

La “revolución cubana” implicó una serie de intrigas y golpes de mano subterráneos en los que resultaron castradas las posiciones más comedidas  (13 de marzo, FEU: Federación Estudiantil Universitaria) por las más extremistas (Movimiento 26 de Julio, que a su vez recibió un golpe palaciego desde conspiradores comunistas, camuflados como PSP: Partido Socialista Popular).

Es decir, la llamada Revolución Cubana implicó violentos e inesperados golpes por debajo de la mesa entre los propios luchadores insurgentes y algunos actores sociales que les apoyaron. Ello desembocó a partir de 1961 en la expulsión inesperada, precipitada y en masa de la alta cultura habanera, una capa de la población de gran productividad, sobre todo en el cultivo y comercialización del azúcar de caña e industrias conexas. En los hechos, traidoramente se expulsó de su país a la alta cultura hispano-cubana y esta fue a carenar donde pudo, en especial a la geografía en que de manera natural conducían la historia y las corrientes marinas. Y el punto escogido se llamó Miami, en Estados Unidos, un país que recién emergido como vencedor en la Segunda Guerra Mundial, que se encaminaba a un período de gran auge.

Aceptar masivamente a aquellos muy preparados inmigrantes hispano-cubanos fue un acto de compasión y bondad. Pero al cabo de los años vemos que re-hispanizando el sur de la Florida, la enorme nación del Norte creó las bases para que Miami se transformara en la capital financiera y cultural de Hispanoamérica.


En los inicios de los 1960’s, en muy poco tiempo un cuarto de millón de cubanos se vio obligado a dejar sus propiedades y patria a como diera lugar, establecerse fundamentalmente en Miami y luego un poco en toda la Florida y posteriormente en otros estados. España también fue un destino natural de los prófugos.


Por su parte, el “ejército de campesinos” que tomó La Habana aplicó criterios que la degradaban arquitectónica y socialmente. Como siempre, los jacobinos se permitieron una sangría migratoria de todo el que les incomodara, que entonces fueron muy bienvenidos en el país industrializado del norte en un periodo de crecimiento. Ello permitió a los barbudos (y a sus descendientes constituidos en élite castrense-castrista) gobernar casi sin oposición por más de 60 años. De esta manera han emigrado del país más de dos millones de personas. Todo el que disienta, todo el que tenga empuje y sea emprendedor. Ello ha dejado a Cuba con una población domesticada, “el pueblo”, que ahora pastorean unos viejos gordos que se rasuran diariamente con gillette y defienden el status quo “revolucionario”.


Por primera vez en la historia de EE.UU., un país de inmigrantes, en los 1960’s tempranos arribó un grupo de origen hispano muy cohesionado, de alta capacidad gerencial y cultural. Hasta ese momento, lo que venían eran mayormente braceros mexicanos, de poca cohesión social y capacidad empresarial. Ello explica el empuje hispano actual del Miami hispanohablante. Heredó parte de la “sacarocracia” cubana, en su inmensa mayoría personas de raigambre hispana y que en el siglo XIX incluían algunas de las mayores fortunas del mundo, que ya operaban en Cuba con marcada tendencia industriosa, absorbida por ósmosis desde el norteño vecino.


La revolución cubana no fue extremadamente violenta, pero como todas, inestable, llena de recovecos, trampas e injusticias. En nombre de la justicia y la redistribución, decidida desde las botas. Cuba fue obligada, a punta de pistola, desde el poder y contradiciendo el discurso previo, a seguir una agenda jacobina emanada de unos pocos hombres de acción, magnificados desde y por cierta prensa e “intelectuales revolucionarios” que impulsaron y luego adoraron la lucha armada y sus aplomadas “soluciones”, hoy dolores de la historia. Ello le costó la vida a miles de jóvenes en toda Latinoamérica, que se lanzaron al maremágnum de la lucha armada.


Pero escarbemos un poco más. El vecino del Norte se independizó de su matriz europea para industrializarse más intensamente que como había ocurrido en su madre patria, que a partir de 1760 había sido la cuna de la industrialización (la muy mal llamada Revolución Industrial). Eso puede explicar las reservas de Carlos III y sus ministros al apoyar al ejército continental de George Washington. Tal vez preveían que estaban creando un futuro émulo en sus propias fronteras, tal como ocurrió. Además de que dudaban en enfrentarse abiertamente a Inglaterra, que podía hacer lo propio, tal como también ocurrió, apoyando los movimientos independentistas de América hispana. Ello ocurrió cuando la metrópoli hispana fue arrodillada traidoramente por Napoleón.


La semilla que estaba sembrada en las 13 Colonias fructificó y además se vio favorecida por algunas casualidades históricas, como la derrota de las tropas napoleónicas en Haití, luego que fueran diezmadas por la fiebre amarilla y la consiguiente venta de la Luisiana a EE.UU. por Napoleón, lo que permitió a la joven nación la incorporación de considerable espacio vital sin necesidad de costosas guerras, como las que ocurrían y desangraban a Europa. Es así que el discurso fundador de las 13 colonias se cambia por uno de conquista y ocupación. Ello se facilitó y aceleró ante el caos caudillesco en el México del siglo XVIII, que se vio sometido a la ocupación y cercenación de gran parte de su territorio, que incorporó el nuevo país con ánimo industrialista e imperialista. Luego vino la Guerra Hispano-cubana-americana.


La singladura del transatlántico norteamericano ha llevado a remolque la pequeña isla de Cuba desde antes de su constitución, también con tradición emprendedora e industrialista y con una posición geográfica inmejorable. La Habana era el puerto por excelencia del Nuevo Mundo. Nada casual que
allí se refugió por unos 3 siglos la Carrera de Indias, y que fuera la ciudad más cosmopolita de las Américas. Allí estaba en el siglo XVIII el mayor astillero del imperio español, donde se construyeron naves de la envergadura del Santísima Trinidad, la mayor del mundo en los 1770s.

Esa cultura específica de La Habana (le podemos llamar la sacarocrasia cubana) fue lo que Fidel Castro expulsó intempestivamente de su tierra originaria. La obligó a emigrar en masa a Miami y otros muchos lugares del mundo. Pero en Miami su masividad y cultura se impuso y al cabo de los años esta es un área otra vez cosmopolita, otra vez hispanizada, en que se habla español tanto como inglés.


Fue así como se abrió una ventana para la posterior inmigración masiva desde otros muchos países, no sólo ya de braceros mexicanos o expatriados cubanos. Llegaron entonces grandes grupos de nicaragüenses, salvadoreños, colombianos, venezolanos, etc., que hoy intentan integrarse en una ciudad multicultural.


En fin, La Florida, entre 1513 y 1763, continuamente hispana y luego intercambiada varias veces, finalmente se ha re-hispanizado injertándose en un tronco y “contrato social” cromwelliano-jeffersoniano.

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