El protagonismo político que Gibraltar le ha dado a este deporte es evidente. Y eso es así desde el reconocimiento de su federación de fútbol por parte de la UEFA de Platiní en 2013, con la enérgica protesta del gobierno español, y muy probablemente en pago a sustanciosos “favores”. Desde entonces la selección gibraltareña ha vagado por los campos de Europa, con el empate a cero ante Gales este año y la doble llegada a 2ª ronda previa de la Champions del Lincoln Reds Imps. Por supuesto, esto no quita para que Gibraltar, en lo que es el gran objetivo político de su incorporación a la UEFA, tenga una visibilidad obvia en la prensa deportiva europea cuando juega con selecciones como Francia, Holanda o Portugal, y vaya poco a poco creando una imagen de “estado real” para los ciudadanos europeos. De hecho Gibraltar, el paraíso de los bufetes y las empresas de accionistas ocultos, es un centro de primer nivel en el mercado de futbolistas entre América y Europa, lo que le da aún más influencia en los oscuros sótanos del fútbol europeo.
Un problema en torno a la selección es el de su estadio. Construido en el istmo, en zona contigua a un aeródromo militar y en territorio español usurpado por Reino Unido, la UEFA no permite que se jueguen partidos allí. Gibraltar tiene entre sus objetivos el de construir un estadio para unos 10.000 espectadores en Punta Europa (cuidado con el viento), pero mientras tanto se ve obligado a jugar sus partidos en Portugal, en Faro concretamente.
El fútbol es, por tanto, un elemento primordial para el gobierno de Gibraltar, y es perfectamente consciente de su importancia social y política desde un punto de vista interno y externo. Y es en este contexto en el que debemos entender la sobrerreacción ante las celebraciones de la selección española tras su victoria en la Eurocopa, después de derrotar en la final a nada menos que Inglaterra, en un partido con ecos de los cuartos de final del mundial de México 86, cuando vimos en carne mortal la mano y la pierna izquierda de Dios.
El deporte es, desde hace mucho tiempo, canal de expresión de causas políticas. El FC Barcelona y el procès, la rivalidad centenaria Inglaterra-Escocia, los enfrentamientos entre las selecciones de Argentina e Inglaterra, los partidos entre Croacia y Serbia, o las grandes batallas del cricket entre la India y Pakistán. La UEFA hasta ha vetado los partidos entre algunas selecciones, Como las dos Coreas, Armenia y Azerbaiyán, Serbia y Kosovo… y España y Gibraltar. Fútbol y tensión política coexisten, desgraciadamente, y mientras existan diferencias, rivalidades y enfrentamientos internacionales, continuarán.
Con lo que entramos en la clave de lo que ha pasado. ¿Por qué Gibraltar ha denunciado, en los términos más duros, a los futbolistas españoles, en concreto Rodri y Morata, pidiendo para ellos una suspensión de al menos 10 partidos? La razón es sencilla: Gibraltar es consciente del poder unificador del fútbol como generador de un espíritu nacional, quizás el único que nos queda en España, y de unanimidad de toda la población, quitando las minorías separatistas en Cataluña y las provincias vascongadas. Y que ese espíritu de unificación se enlace con la idea de la recuperación de Gibraltar como ciudad española colonizada por el Reino Unido, de acuerdo con los principios de descolonización de la ONU, es el mayor de los peligros para Gibraltar. Y como tal, la reacción será lo más violenta posible; primero verbal, con las incendiarias declaraciones del ministro principal Picardo, y luego con el gran arma de Gibraltar, que es una república de bufetes: la acción legal. Ya es casualidad (o no) que el presidente de la federación de fútbol de Gibraltar, que redacta y presenta la demanda, sea nada menos que el Fiscal General de Gibraltar, con acceso directo a Picardo y su gobierno, de donde salió sin duda el visto bueno para la presentación de la demanda a la UEFA.
No debemos tener dudas de que la demanda en un arma política, un ataque directo a unos jugadores a los que se va a presionar al más alto nivel, desde fuera de España y desde dentro, para que se retracten de su jolgorio en la celebración y su eslogan de “Gibraltar Español”, coreado por miles de aficionados y escuchado en toda España. Y esa presión va a ser particularmente agresiva en la prensa española. Y después de todo, ¿qué han hecho? Desde hace décadas cualquier partido oficial entre España e Inglaterra ha ido acompañado, desde las dos hinchadas, de la apuesta jocosa de “el que gane se queda con Gibraltar y Benidorm”. Las bufandas de “Gibraltar Español” son omnipresentes en todos los partidos entre equipos españoles e ingleses, y los cánticos de “Gibraltar is ours” se repiten en todas las previas de los partidos. ¿Qué hicieron Rodri y Morata? Pues nada más que expresar su alegría por su victoria reclamando, en un ambiente jocoso y de fiesta, “el pago de la apuesta”. Ni más ni menos.
De hecho el tema de Gibraltar en el fútbol es un asunto absolutamente menor si lo comparamos con el de las Malvinas en la rivalidad futbolística entre Argentina e Inglaterra, las protestas en pabellones deportivos contra los equipos y deportistas israelíes por el tema de Gaza, o los apoyos a Ucrania cada vez que la selección o un equipo ucraniano ha viajado por Europa. Y en ninguno de esos casos ha habido una sobrerreacción por parte de los estamentos internacionales. ¿Por qué entonces la reacción del gobierno de Gibraltar? Pues es obvio: miedo. Miedo a que se fragüe de nuevo una unidad nacional en España en torno al tema de Gibraltar, que la unidad que genera la selección se comparta con ese otro elemento de unión nacional que es Gibraltar. Las estrellas futbolísticas de la selección no son un personaje de José Luis Moreno o de Santiago Segura, de los que podamos burlarnos y reírnos con sus ocurrencias. Para Gibraltar, el camino es por tanto usar todas sus armas para desactivarlos: abogados, prensa española y políticos españoles. Los intereses de muchos en España dependen de que Gibraltar mantenga su estatus, como herramienta para su propio beneficio, económico, laboral o político. Pronto lo veremos.