Las Islas Chagos, que el Reino Unido arrancó de Mauricio antes de su independencia para mantener su base militar en Diego García, han sido durante décadas un punto estratégico clave para las operaciones anglo-estadounidenses en el océano Índico. Pero a pesar de las protestas de algunos chagosianos, que fueron desplazados de su hogar sin apenas ser consultados, Londres ha decidido devolver las islas a Mauricio. La base militar se queda, como territorio arrendado, durante 99 años, pero la soberanía cambia de manos. La situación recuerda inevitablemente a Gibraltar, otro territorio británico con un valor geoestratégico considerable, situado en la entrada del Mediterráneo.
Gibraltar, que observa con atención cada paso en este proceso, se ve reflejado en el espejo de Chagos. Ambos territorios comparten la misma condición colonial, aunque con características distintas. Si en Chagos los isleños fueron expulsados para facilitar la presencia militar británica, en Gibraltar los habitantes, que también fueron expulsados durante la 2ª Guerra Mundial del Peñón, para asegurar los intereses militares británicos, se aferran con fuerza a su estatus de colonia, confiando en que su «derecho de autodeterminación» concedido unilateralmente por Londres protegerá sus intereses. De hecho, por eso fueron reintegrados, al revés que los chagosianos, para servir como “indígenas de atrezzo” de cara a la descolonización a través de un referéndum amañado. Sin embargo, la pregunta que muchos se hacen hoy es: ¿podrá Gibraltar aferrarse a esas promesas cuando los vientos internacionales cambien de dirección?
El paralelismo entre ambos territorios es innegable. Tanto Chagos como Gibraltar han sido objeto de resoluciones de la ONU que instan a su descolonización, y en ambos casos, el Reino Unido ha mostrado una gran resistencia a ceder terreno. Pero mientras que en Chagos la presión internacional y el Tribunal de La Haya (y sobre todo los temores de Washington) ha empujado a Londres a entregar la soberanía, en Gibraltar la historia aún está por escribirse. ¿Será este un anticipo de lo que podría suceder en el Peñón si las tensiones entre España y el Reino Unido se intensifican? Las resoluciones de la ONU sobre Gibraltar son claras: la descolonización legítima pasa por una negociación directa entre España y el Reino Unido. Y, como hemos visto en Chagos, los habitantes del territorio pueden quedar al margen de esas decisiones.
El argumento del espurio «derecho de autodeterminación» de los gibraltareños, como una forma de eludir las exigencias de la ONU, podría verse debilitado tras la cesión de Chagos. Podríamos estar ante un poderoso precedente en futuras negociaciones sobre Gibraltar. Si bien el Reino Unido ha prometido que Gibraltar no será entregado sin el consentimiento de sus habitantes, las circunstancias pueden cambiar rápidamente cuando los intereses estratégicos y las presiones internacionales entran en juego. Al reintegrar la soberanía de Chagos a Mauricio sin referéndum ni consulta, como ya se hizo en el caso de Hong Kong, el Reino Unido ha demostrado que los acuerdos de soberanía con las poblaciones coloniales pueden ser revisados independientemente de la oposición de las instituciones locales. Y si algo hemos aprendido de la política exterior británica, es que los intereses militares y estratégicos pesan más que los acuerdos diplomáticos. Inglaterra tiene intereses, no amigos.
Para Gibraltar, el aviso es transparente: si el Reino Unido puede ceder soberanía en un territorio tan estratégico como las Chagos, nada garantiza que el Peñón no corra la misma suerte en un futuro. La base naval británica en Gibraltar, tan vital para el control del Mediterráneo, podría convertirse en la excusa para asegurar una presencia militar a largo plazo negociando una transferencia de soberanía a España. Y, como hemos visto en Chagos, cuando la política internacional y los intereses geoestratégicos entran en juego, las promesas hechas a los habitantes locales suelen desvanecerse. El caso de las Islas Chagos ha encendido las alarmas en Gibraltar. No solo pone en evidencia la fragilidad de las promesas británicas, sino que también ofrece un inquietante precedente sobre cómo podría abordarse el contencioso gibraltareño en el futuro. La historia de Hong Kong nos recuerda que, cuando los intereses estratégicos están en juego, ni siquiera los Territorios Británicos de Ultramar más jingoístas pueden darse por seguros.
Sin embargo, hay que ser cautelosos antes de dar por sentado que la cesión de las Islas Chagos a Mauricio se resolverá sin complicaciones. A pesar de las conversaciones con Mauricio, el Reino Unido tiene un largo historial de incumplir acuerdos diplomáticos en función de sus intereses estratégicos. Ya se escuchan voces en el Parlamento británico que reclaman un debate en la Cámara de los Comunes, una votación constitucional sobre el acuerdo, y abogan por conceder contra el derecho internacional a los chagosianos el derecho de autodeterminación, como en el caso de Gibraltar, que los mantendría bajo protección británica, ignorando las demandas de Mauricio. Y son este tipo de movimientos los que podrían inspirar a los defensores en Gibraltar de la soberanía británica a seguir mandando recursos y apoyo a sus poderosos lobbies en Londres y Washington, primero para descafeinar o matizar cualquier cesión de soberanía a Mauricio, y segundo y sobre todo, para crear una tempestad patriótica en Inglaterra alrededor de Gibraltar y Malvinas, que haga temer a muchos laboristas por la seguridad de su escaño en las elecciones de 2029. Gibraltar se prepara ya ante el riesgo de que pronto se abran negociaciones de soberanía entre España y el Reino Unido, y quizás la diplomacia española empiece a lamentar amargamente la decisión de 2017 de separar el Gibrexit de la cuestión de la soberanía. Pero bueno, para eso se echó a García Margallo. ¿O hubo presiones del los ‘amics gibraltarens’ y de las ‘fiestas del embajador’ a través de Barcelona?