Artículo publicado en Europa Sur el 4 de noviembre de 2024.
Un colega, que fuera ayudante de mi Departamento universitario en la Universidad Complutense, en los pasados años ochenta, cuando se extinguió el colegio universitario integrado Arcos de Jalón, ha estado en San Roque y, entrevistado por Fernando Silva para Europa Sur, ha dicho que “sería fantástico que desapareciera la verja de Gibraltar” porque “permitiría la conexión humana”. Al decirlo, Juan Luis Arsuaga, reconocido paleontólogo que tuvo la fortuna de iniciarse en aquellos años junto al gran científico Emiliano Aguirre, descubridor del famoso yacimiento de Atapuerca; me ha recordado una celebrada afirmación del protozoólogo y ensayista Pierre-Paul Grassé: “Je regrette d’avoir à le dire, les savants ne sont nullement les dépositaires de la sagesse. Quiconque a assisté à un Conseil de Faculté en est convaincu” (Toi, ce petit dieu!, pág. 250 (1971)) [Lamento tener que decir que los científicos no son de ninguna manera los depositarios de la sabiduría. Cualquiera que haya asistido a un Consejo de Facultad está convencido de ello]. Los traductores de Grassé han optado por traducir la frase de otro modo a como yo lo hago: “Siento tener que decirlo, pero los sabios no son ni mucho menos los depositarios de la sensatez. Cualquiera que haya asistido a un Consejo de Facultad quedará convencido”; no obstante, espero que en ambos casos quede claro lo que quería decir el gran biólogo francés. Silva destaca la frase porque la verdad es que tiene la fuerza de un titular, sin embargo no solamente adolece de una construcción gramatical coherente sino que hace pensar acerca de la capacidad cognitiva del emisor.
La verja de Gibraltar no impide ni tiene nada que ver con la “conexión” humana. De hecho, el artificio construido por la Administración británica al final de la primera década del siglo XX, obedecía a una iniciativa para hacer más viable la prestación del servicio de vigilancia que la guarnición debía prestar en lo que para ellos es una frontera. Las autoridades civiles de la colonia, se han afanado siempre en la tarea de que el paso sea lo más fluido posible; de ello, en definitiva, depende la supervivencia de una sociedad proyectada para ser el poderoso escudo humano de la estructura militar del territorio usurpado. El arsenal es el tradicional gran foco de la demanda de mano de obra exterior. Poco a poco se fueron añadiendo necesidades derivadas de la existencia de una población, que debía ingeniárselas para crear sus propios recursos y ayudar a que el Reino Unido no se sintiera tan perjudicado por el mantenimiento de las instalaciones militares; perjuicio que incidiría en negativo sobre el bienestar de la sociedad civil. Como tantos científicos, que apenas se asoman al mundo que rodea sus despachos, laboratorios o receptáculos, nuestro ilustre visitante aboga por ese sentimiento de conmiseración que se alimenta de la ignorancia sobre la realidad y de los factores que la generan.
Grassé se refería a los consejos o juntas que los científicos celebran para el gobierno de los centros universitarios. Largas sesiones de escaso contenido, intervenciones basadas en la supuesta gran importancia de lo que hace cada uno y una abundante profusión de argumentos sobre la escasez de recursos, convierten esos consejos en interminables sermones y diatribas en las que sólo falta discutir sobre el sexo de los ángeles. Nada diferente de lo que suponen expresiones como la de Arsuaga, emitidas para que se vea lo bueno que se es, lo solidario que se es y lo identificado que se está con los padecimientos del prójimo. La verja está donde está por voluntad de los británicos, herederos de los depredadores ingleses, y su permanencia en el tiempo es el testimonio de una incoherencia, de un anacronismo que asoma la testuz cada vez que se plantea una cuestión trascendente, como ocurre ahora con el Brexit: una historia para no dormir creada por una clase política incapaz de calibrar el alcance de sus decisiones. Se puede ser inculto en dos idiomas e ignorar lo que tiene que ver con lo que surge en la conversación, pero si se pretende estar entre los sabios hay que ganarse la plaza callando cuando no se tiene información sobre lo que se comenta. La imagen de la sabiduría es una lechuza con los ojos bien abiertos; y callada mientras observa: es el distintivo de la diosa Atenea, o Palas Atenea, de los griegos; Minerva para los romanos. “La lechuza de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo” escribiría Hegel en el prólogo de su Filosofía del Derecho, señalando el propósito de la diosa de ver en la oscuridad.
Los británicos han sabido situar el contencioso en el ánimo del personal, con tal habilidad y de tal modo que todos los inconvenientes que afectan a la vida de la colonia, parecen deberse a causas exógenas; la inmensa mayoría debidas a la “incomprensión” o “desconsideración”, según los casos, de la Administración española.
Como sucede, sobre todo con la izquierda, el general Franco y particularidades debidas a su régimen están en el vértice de todas las desgracias que perturban el bienestar de los colonos y el mantenimiento de una convivencia basada en los supuestos que necesitan para sobrevivir. La política de la calavera y el ojo tapado que tantos logros y riquezas ha aportado a Su Graciosa Majestad y a Su Corte, se ha visto enriquecida por el viejo y costoso plan de los próceres del Convento, de mantener una legión de prebendados o, directamente, a sueldo, que a través de todo lo que esté a su alcance laven, en su caso, o lustren el rostro y los tipos de la facha y de los comportamientos de los que, en definitiva, se constituyen en sus amos. Los dispendios a que obliga la compra o el alquiler de voluntades tienen, hoy por hoy, apuradas a las que otrora fueron ricas arcas de la municipalidad yanita.
Antonio Maura Montaner, mallorquín, fue presidente del Consejo de Ministros durante el reinado de Alfonso XIII en cinco ocasiones. La segunda de ellas entre 1907 y 1909, cuando se fraguó la construcción de la Verja. Nadie podría sospechar entonces que su hijo Miguel sería uno de los políticos relevantes en el destronamiento del rey y la consecuente llegada de la República. Ministro de la Gobernación durante el Gobierno Provisional republicano, de abril a octubre de 1931, Maura hijo asistió como tal a la violencia anticlerical que supuso la quema de conventos y el saqueo de muchos edificios religiosos, entre otros el Colegio de la Inmaculada y la iglesia de Nª Sª de la Palma, de Algeciras: las imágenes fueron arrastradas por la Plaza Alta y la calle Convento, y la del Ecce Homo llevada al bar La Taurina, pegado a la capilla de Europa, para ser objeto de las burlas y vejaciones protagonizadas por los parroquianos. Maura padre nombraría ministro de Estado en los primeros día del año 1907, al que hasta hacía poco había sido gobernador del Banco de España, el vizcaíno de Guernica: Miguel Allendesalazar, que en su nuevo cargo recibió, el día 5 de agosto de 1908, una nota de la Embajada británica en la que se decía lo siguiente: “El Embajador de S.M. ha recibido instrucciones del Secretario de Negocios Extranjeros para que informe al Gobierno español, como acto de cortesía, de su intención de erigir una verja en el borde natural del territorio británico en Gibraltar con el objeto principalmente, de reducir el servicio de centinelas, en vista del gran trabajo que recae sobre su guarnición desde la reciente reducción de sus efectivos”.
Todavía quedaba tiempo desde esas estancias y procederes, hasta alcanzar los años cuarenta del siglo XX, cuando la tragedia llegaría a su cenit. Las dos grandes guerras que asolaron la Europa de entonces, la Primera (1914-1918) y la Segunda (1939-1945), cambiaron la geopolítica del continente, desaparecieron realidades de la dimensión de un imperio y aparecieron nuevas entidades. Las tensiones entre Alemania y Francia al comienzo del siglo y los bloques que ya desde el pasado se habían ido formando en torno a estos dos Estados, estaban en su peor momento. Francia y España, las potencias especialmente interesadas en mantener una zona de protectorado en Marruecos, estaban básicamente de acuerdo en un reparto bien visto por el Reino Unido y más bien mal por Alemania. La Conferencia de Algeciras fue convocada a iniciativa alemana y asumida por trece países. Si bien se trataba de repartirse el poder en Marruecos, el objetivo real era rebajar la amenaza de una conflagración liderada por Francia y Alemania. La Conferencia terminó el día 7 de abril de 1906 y aparte de situar a Algeciras en la actualidad y añadir carácter a su presencia en el concierto de las naciones, fue el principio de un reparto de Marruecos entre Francia y España que se consolidó en 1912 con el Tratado de Fez. Por desgracia la tensión se aligeró pero no desapareció, Gran Bretaña se acercó a Francia y el Imperio Austrohúngaro se unió a Alemania para formar los bloques que desencadenaron en 1914 la Primera de las dos guerras mundiales que sembraron de cadáveres no sólo los campos de Europa sino, más allá, los del lejano Oriente y los océanos Atlántico y Pacífico. Tras la nuestra (1936-1939) la población civil de la colonia sufrió, hasta la humillación, su subordinación a los intereses militares de la Gran Bretaña, y empezó a despertarse en el seno de la comunidad hebrea un movimiento nacionalista que encajó divinamente en los intereses británicos.