Artículo de D. Iván Vélez aparecido originalmente en fundacióndisenso.org el 2 de agosto de 2024.
En su ensayo, España imaginada: Historia de la invención de una nación (Galaxia Guttenberg, 2015), Tomás Pérez Vejo hizo un exhaustivo repaso de las imágenes que ilustraron el discurso nacionalista, en el sentido político del término, español. Un discurso que, en gran medida, se elaboró en el siglo XIX, en el que surgieron los primeros brotes de una serie de nacionalismos, los fragmentarios, sólo posibles, en lo que a sus fundamentos ideológicos se refiere, como una mezcla de ensimismamiento narcisista y de negación del común, en el caso que nos ocupa, de España, nación política surgida como transformación o, si se prefiere, como resultado de una revolución propia, de la nación histórica que ya era. Los ejemplos que demuestran la existencia de tal nación, a la que, por ejemplo, se refiere el barcinófilo Miguel de Cervantes, se agolpan. Sin embargo, la existencia material de las naciones históricas, predecesoras, en algunos casos, de las políticas, se asienta sobre determinados mitos, unas veces cargados de providencialismo, componente esencial de la batalla de Covadonga, otras de heroísmo, como, por ejemplo, los que acompañan a la figura de El Cid. La historiográfico es un campo de batalla repleto de términos llenos de connotaciones ideológicas, en el que hasta el más aséptico historiador deja su huella personal.
Viene todo esto a cuento por el hecho de que ayer se supo que han concluido los trabajos de eliminación de los frescos que decoraban el Salón de Sant Jordi del Palacio de la Generalidad de Cataluña, edificio que ha sufrido diversas transformaciones desde su inicial fábrica levantada a principios del siglo XV, centuria eminentemente castellana, por cuanto, desde 1412 hasta su muerte en Igualada en 1416, Fernando I de Aragón, conocido como Fernando de Antequera, nacido en Medina del Campo, que había sido regente de Castilla, fue rey de Aragón y conde de Barcelona. Como es sabido, su acceso al trono se produjo como consecuencia del Compromiso de Caspe, en el que el conde de Urgell fue derrotado. Entre los seis electores que dieron su voto a favor de don Fernando se contó el del catalán de Bernardo de Gualbes, gesto que, desde las embrutecidas filas del secesionismo podría interpretarse como el propio de un antecesor de los botiflers, el de un colaboracionista, en cualquier caso. Hemos de añadir que el conde apenas obtuvo voto y medio del total de nueve que estaban en disputa, pues otro de los electores catalanes, Guillermo de Valseca, partió el suyo y dio la mitad al candidato de Valencia.
El correr del tiempo y las políticas aperturistas, en lo que a los puertos se refiere, de Felipe V, cuya victoria sobre la última resistencia barcelonesa se debió, en gran medida, a la ayuda de muchos catalanes, permitió el despegue de la economía regional, posteriormente favorecida por el, en palabras de Jesús Laínz, privilegio catalán, es decir, por el proteccionismo arancelario. En efecto, a pesar de que hace unos años el Parlamento de Cataluña ocultó el escudo de Felipe V, el despegue económico del principado dio comienzo con el periodo borbónico, que abrió el mercado americano. De aquellos caros paños, esas habaneras que todavía hoy se cantan, algunas de ellas, lógicamente, en catalán. El negocio americano, es decir, el español, permitió el surgimiento de una burguesía catalana que embelleció la ciudad hasta el punto de crear un barrio gótico que, en realidad, es neogótico. La Barcelona decimonónica, enriquecida por los dividendos del Nuevo Mundo, es decir, por los del Imperio español, fue tierra propicia para arquitectos, escultores, músicos y pintores. Muchos de ellos se adscribieron a las corrientes historicistas e incluso románticas, tanto dentro como fuera de Cataluña. Como caso paradigmático cabría citar el del músico gerundense Isaac Albéniz, cuyas obras son indigeribles para los agradecidos estómagos secesionistas.
Como ocurre en tantos edificios históricos, en el Salón de Sant Jordi se han ido superponiendo estilos. Su primera decoración se completó con las pinturas de Joaquín Torres García primero, y las que se añadieron hace casi un siglo, durante la dictadura, también llamada dictablanda, de Miguel Primo de Rivera, periodo abierto, en gran medida, a petición de la burguesía catalana, temerosa de los efectos del anarquismo y el apachismo, tan arraigados en la industrializada Cataluña. De este modo, un conjunto de pintores plasmaron escenas relativas a la Batalla de las Navas de Tolosa, la de Lepanto, la proclamación de Fernando el Católico como rey de Aragón, el encuentro entre Cristóbal Colón y los Reyes Católicos, ocurrido en Barcelona, la misa celebrada tras el desembarco de las tropas de Jaime I el Conquistador en Mallorca o el de la Virgen de Montserrat.
La justificación para la realización de este acto iconoclasta, preñada de falsa conciencia, la ha dado el presidente en funciones de la Generalidad de Cataluña, es decir, el más alto representante del Estado español en la región: «Era imperativo recuperar la grandeza, la majestuosidad, el vigor, la energía y la vitalidad del Salón de Sant Jordi. La Generalitat no se identifica con un ideal histórico catolicista, integrista y colonialista de esas pinturas». Testigos de tan indoctas manifestaciones, han sido, el delincuente indultado por Pedro Sánchez, hoy presidente del Parlamento, Josep Rull, y el expresidente Joaquín Torra, detector de baches en el ADN de los españoles, a quien se debe el inicio de una destrucción que, en realidad, lo que trata es de ocultar la pertenencia a la Historia de España de Cataluña. De no ser así ¿cómo explicar que los Reyes Católicos recibieran a Colón en el monasterio de San Jerónimo de la Murtra? ¿cómo eliminar el contingente catalán que siguió la carga de los tres reyes en las Navas de Tolosa? ¿Si Cataluña ha vivido al margen de España, cómo explicar la presencia del Cristo que llevaba Juan de Austria en su galera durante la batalla de Lepanto, en la Catedral de Barcelona? ¿Acaso no fue Jaime I quien dijo haber conquistado Murcia «por Dios y para salvar a España»?
Las respuestas a estos interrogantes son sencillas y demuestran hasta qué punto los cargos electos catalanes, que reclaman privilegios apoyados en sesgados argumentos históricos, viven de espaldas a su propio pasado y prefieren alimentar el discurso victimista que tantos réditos les ha dado gracias al complejo de inferioridad, canalizado por el PSOE y el PP, de muchos españoles. Un sistema educativo mantenido por auténticos activistas, se encarga de romper cualquier nexo histórico con España. La eliminación de estas pinturas es, simplemente, una etapa más dentro del planificado y consentido proceso desespañolizador operado dentro del «régimen de libertades que los españoles nos dimos».