«La lucha de usted no ha sido en balde, seguiremos sus pasos y lucharemos para recuperar el idioma español en Filipinas». Al escucharme, don Guillermo juntó las manos y miró al cielo, al tiempo que unas lágrimas enormes brotaron de los ojos de su hijo al ver a su padre emocionarse. Ocurrió el día 15 de enero de 2024 en Manila. El recuerdo de aquel momento me ha motivado a escribir este artículo.
El país de Guillermo Gómez Rivera
En 1493 el papa Alejandro VI concedió a los reyes de Castilla la posesión de las islas de Asia que se descubrieran y les ordenó instruir a los nativos en la fe católica y en las buenas costumbres. En 1521 Fernando de Magallanes tomó posesión de un archipiélago al que años más tarde se le dio nombre en honor al príncipe Felipe, que varias décadas después, con la llegada del conquistador Miguel López de Legazpi, se convertiría en el primero de los reyes que durante varios siglos tendrían los filipinos.
«¡Que nadie de la Armada ose hacer ningún daño a los naturales ni tomar ninguna propiedad de ellos!» Así de contundente dio la orden Legazpi. Y en esta forma tan extraña para la época, los españoles tomaron el control de Filipinas mediante la negociación y la persuasión. La conquista de Filipinas se había logrado de forma pacífica. Una obra maestra de la geopolítica.
Seguidamente se puso fin a la esclavitud, el canibalismo y los sacrificios humanos. Se inició un proceso cultural que unió a los pueblos del archipiélago, muy dispersos y diversificados, y condujo en pocos años a la formación de una nación solidaria y homogénea. La nación filipina había sido creada.
Los religiosos españoles fundaron las primeras escuelas, y en el primer siglo de presencia española se crearon en Filipinas más centros de enseñanza que en casi cualquier parte del mundo. Mediante la educación se difundió la fe católica, cumpliendo así el mandato que la Iglesia de Roma había dado a España.
Los españoles aprendieron las lenguas de Filipinas, escribieron gramáticas de esos idiomas, llevaron la imprenta y produjeron innumerables trabajos sobre idioma y religión para su difusión entre los filipinos. Así se dio durante todo el período de soberanía de España en Filipinas un proceso ininterrumpido de civilización y evangelización.
Con menos empeño que la religión se difundió el idioma español. Los filipinos lo aprendieron de forma minoritaria durante trescientos años hasta que en la segunda mitad del siglo XIX se desarrolló un plan de educación universal para Filipinas. En pocos años se alcanzaron en el archipiélago tasas de escolarización y alfabetización similares a las de los países más avanzados y muy por encima de los territorios de Asia gobernados por otras potencias occidentales. El español se convirtió en el idioma común de una mayoría de filipinos. La obra de España en Filipinas estaba cerca de culminarse.
Tan grande fue el progreso alcanzado por los filipinos que vino acompañado de la lógica reivindicación de participar en la dirección de su país igual que lo hacían los que lo habían unificado, cristianizado y civilizado. Aunque no faltaron voces en la península que comprendieron y se mostraron favorables a tan justa reclamación, otros muchos no lo permitieron. Estalló la Revolución contra España.
En contraste con el descontento y la frustración de no pocos filipinos, el conocimiento de la obra histórica de España y del camino que aún quedaba por recorrer estaba tan arraigado en muchos otros que no cuestionaron el derecho de España a seguir siendo su madre. Fueron tantos los filipinos que se unieron a los peninsulares que hicieron que la Revolución fracasara. Pero aquel trágico conflicto hizo que se despertaran conciencias que bien hubieran dado una solución si hubiesen tenido más tiempo.
Entonces llegó el desastre. Llegaron los Estados Unidos de América. Llegaron los colonizadores. La dureza y falta de comprensión que los dirigentes españoles habían tenido en las últimas décadas para con el leal pueblo filipino mutaron en tibieza hacia los norteamericanos. España no les plantó cara como debió, y dejó a los filipinos en manos de los invasores.
Durante varios años los filipinos tuvieron que enfrentarse ellos solos a los yanquis. Con tanta determinación lo hicieron que su sangre se derramó como no lo había hecho nunca en la historia. Fueron tantos los filipinos enviados al paraíso de la religión que les trajo España que los que quedaron vivos no pudieron nunca más hacer frente a los nuevos dueños de su país.
Logrado el control de Filipinas, los norteamericanos, para conseguir la subordinación de los filipinos y que aceptaran un nuevo orden en el que, a diferencia de España, ya no serían considerados ciudadanos del país que los gobernaba, no podían permitir que las nuevas generaciones de filipinos conocieran la obra de su madre España ni los crímenes de aquellos. Tuvieron que ocultar la verdad. Pero la verdad está escrita en español. Así que, durante medio siglo, los norteamericanos hicieron una feroz eliminación del castellano.
Después llegó la independencia. El primer presidente de Filipinas independiente manifestó: «Los filipinos guardamos los mejores recuerdos España. Ella nos dio su cultura, su lenguaje y la fe católica, que es determinante para nuestra unidad nacional. Esto basta para que España ocupe un lugar de honor en el escudo de nuestra historia». Pero fueron solo palabras. Los nuevos gobernantes optaron por no enseñar a los jóvenes el idioma que todavía hablaban los ancianos.
Muchos filipinos de ahora no conocen la manera pacífica y racional en que los españoles llegaron. No conocen que España unificó y creó su país. No conocen que los españoles plasmaron las lenguas de Filipinas en papel y las llevaron a Europa. No conocen que el castellano nunca fue impuesto y que llegó a ser la lengua común más hablada de los filipinos. No conocen que muchos filipinos lucharon contra aquellos que se rebelaron contra España e hicieron fracasar la Revolución. No conocen que tras separarse de España sufrieron las mayores masacres en su historia. Ni tampoco, como hecho más significativo de este contrasentido, saben la mayoría de los filipinos hablar el idioma que dio a luz a su país: la lengua de Cervantes y de Rizal.
Ahora nos preguntamos: ¿nadie en Filipinas ha hecho nada para dar a conocer la verdad y recuperar el idioma español? La respuesta es sí: Guillermo Gómez Rivera.
Emilio Aguinaldo y Guillermo Gómez Rivera
El 16 de diciembre de 1958 ocurrió algo que fácilmente podría servir para poner patas arriba cualquiera de los argumentos contra España que los filipinos llevan escuchando más de un siglo. Un joven filipino llamado Guillermo, de veintidós años de edad, se presentó en la mansión de Emilio Aguinaldo en Cavite, provincia contigua a Manila, para entrevistar a su señora, María Agoncillo, sobre el traje tradicional filipino.
Comenzó la entrevista y Aguinaldo, al escuchar a un joven que hablaba español, irrumpió en aquella estancia para manifestar su alegría. El audaz Guillermo cambió el plan y comenzó una segunda y espontánea entrevista al que fuera líder de la Revolución filipina y primer presidente de la República de Filipinas.
Mientras Guillermo anotaba lo que, sin dar crédito, estaba escuchando, Aguinaldo revelaba sin tapujos información desconocida sobre la Revolución contra España, la manipulación mediática que existía en Filipinas desde entonces y el proceso de «desfilipinización» y eliminación del castellano que venía sufriendo el país. Y además dijo algo que, aún a día de hoy, deja boquiabiertos a los pocos filipinos que, por haber quedado escrito en español, tienen ocasión de leer la entrevista: «Estoy arrepentido de haberme levantado contra España».
El padre de la nación filipina confesó a un joven periodista su pesar por haber hecho la Revolución contra España. Una bomba. No me cabe ninguna duda de que lo que Guillermo Gómez aquel día escuchó decir a Aguinaldo influyó de forma determinante en su vida.
La incertidumbre política que vivía el país en aquella época desaconsejaba la publicación de la entrevista, por lo que el joven Guillermo decidió guardar silencio durante varias décadas hasta que accedió a su publicación. Y finalmente, las palabras de Aguinaldo vieron la luz en revistas, diarios y libros, y también, más tarde, en internet. Pero solamente en la versión original, en español.
La situación actual del castellano en Filipinas es tan lamentable y el conocimiento por parte de muchos filipinos sobre su historia es tan escaso que las iniciativas para trabajar en este campo pueden ser muchas. Una de ellas es sin duda dar a conocer entre los filipinos el material tan valioso que salió de la pluma de don Guillermo cuando visitó al héroe de la Revolución.
Hacía tiempo que yo tenía la idea de traducir la entrevista al tagalo y al inglés para poder difundirla. Así lo hice. Además, con la ayuda de otros voluntarios, fabricamos un video en el que mediante inteligencia artificial se recrea la entrevista con la imagen de Aguinaldo hablando. Pero había algo que generaba dudas: en aquella época el joven Guillermo no tuvo la opción de grabar la entrevista, y no pudo más que tomar notas en papel. Por ese motivo, antes de ampliar la difusión del trabajo, era necesario verificar la veracidad de las confesiones en favor de la Hispanidad de Filipinas del que fuera un personaje clave en la historia de la perla de Oriente que Guillermo Gómez anotó en su cuaderno.
Escribí a don Guillermo sin obtener respuesta. Me informaron de que hacía varios meses que no respondía a mensajes debido a su debilitado estado de salud. Yo acababa de publicar un libro para el mismo fin. La A. C. Héroes de Cavite organizó una conferencia online para presentar mi libro. El destino me ayudó. Casualmente a la conferencia asistió un filipino hispanohablante apodado Guimo. ¡Era el hijo de Guillermo Gómez Rivera! Entré en contacto con Guimo, que, mostrando un gran interés, se comprometió a llevarme a ver a su padre. Así que organicé un viaje a Filipinas.
Ya en Manila, hice muy buenas migas con Guimo. Todo parecía hecho a propósito. Me contó muchas cosas de su padre, me regaló varios de sus libros y me llevó a verle. Tras firmarme don Guillermo esos libros, aproveché la ocasión para mostrarle el mío y fotografiarme con él mientras lo tenía en sus manos. El orgullo y la alegría que sentí fueron enormes. Estaba ante la persona que más ha trabajado por el idioma español en Filipinas y por que los filipinos conozcan su historia y su identidad.
A los pocos minutos fui al grano y le pregunté por Aguinaldo. A pesar de que habían transcurrido más de seis décadas, don Guillermo recordaba el contenido de la entrevista al completo. Tuve una suerte tremenda, pues además de corroborar todo lo que está publicado, me dio información muy valiosa sobre el personaje, ya que a raíz de aquella entrevista se fraguó una amistad entre don Guillermo y Aguinaldo que duraría años. Estaba hablando no solo con un luchador por la identidad filipina, la verdad y la justicia histórica, sino también con una fuente de sabiduría única. Conseguí lo que estaba buscando y mucho más.
Finalizada la visita y deseando volver a tener la ocasión de ver a don Guillermo, recorrió mi cuerpo un soplo de energía y motivación para poner mi grano de arena en la continuación de su obra de promover el idioma español. No eran solo las cosas —tan maravillosas como tristes— que me contó, sino la tremenda humanidad que se percibía. Me hizo sentir lo hermoso que es luchar por algo cuando hay detrás una pasión o un vínculo afectivo.
Con más ganas si cabe de llevar a término el proyecto de recreación de la entrevista, a los pocos días, aprovechando que también tenía planes en Cavite, fui a ver el lugar donde ésta se hizo: la mansión de Aguinaldo, hoy transformada en un museo.
El principal objetivo era conocer el lugar y tratar de imaginarme cómo fue cada detalle, pues cuanto más me acercara al ambiente en el que ocurrió aquel encuentro más posibilidades tendría de hacer una puesta en escena fiel. Tras localizar la estancia en la que se hizo la entrevista, quise recrear en mi mente la irrupción de Aguinaldo y tratar de sentir cómo el joven Guillermo encaró aquella situación. Así que me senté allí y leí la entrevista una vez más. Definitivamente, resultó necesario.
Con la información que me dio don Guillermo y cargado de nuevas sensaciones, el video de la entrevista quedó listo para publicarlo a gran escala, y así poner al alcance de todos los filipinos un material que ha resultado determinante para conocer la verdad. Además ha sido un tremendo orgullo poner un grano de arena en la obra de Guillermo Gómez Rivera.
Don Guillermo profesor
«Un día para volver a mi casa cogí la moto de don Guillermo sin preguntarle. No me castigó. Ni siquiera me echó la bronca». Esto me contó David Collado. Compañero de clase y amigo en la escuela primaria en España, David marchó con su familia a Filipinas hace más de treinta años. Es una de las personas que más sentí dejar de ver en mi infancia. Así que, aprovechando mi viaje a Manila, no podía dejar pasar la oportunidad de volverle a ver.
David es el fundador del restaurante Pablo Bistro, en el distrito de Makati. Es un restaurante innovador con un fuerte toque de cocina española. En cualquier parte de Filipinas se percibe una herencia hispánica muy grande, y la gastronomía tiene una influencia española enorme.
Quedé con David en su restaurante y me presentó a varios amigos suyos. Eran filipinos de mediana edad ¡hispanohablantes! Hablan castellano porque sus familias lo han conservado, algo muy excepcional. Estaba en Filipinas comiendo comida española y hablando español con filipinos. Era una situación que durante varias horas me permitió imaginarme y sentir cómo sería Manila en la actualidad si no se hubiese eliminado casi por completo el español de este hermoso país.
—Héctor, ¿para qué has venido a Filipinas?
—Para conocer a Guillermo Gómez Rivera. Es un escritor filipino en español que…
Sin dejarme terminar la frase, David dijo:
—Fue profesor mío en el colegio.
También los filipinos presentes en la cena le conocían. Parecía que de nuevo una casualidad me había llevado al entorno de don Guillermo. Pero realmente no fue así. La comunidad hispanohablante en Manila es tan reducida que no es raro que entre sus miembros se conozcan. Menos aún cuando se trata de alguien como don Guillermo, que ha entregado su vida para recuperar el pasado hispánico de Filipinas y el idioma español.
Como no podía ser de otra manera, hablamos mucho de él. El recuerdo que tenían era excelente. Me hablaron de su entrega como profesor combinada con la tolerancia y comprensión con los alumnos, tanto con los buenos como los no tan buenos. Pero lo que más recordaban es que en sus clases no solo se aprendía el idioma. Don Guillermo hacía que los alumnos comprendieran lo que significa ser filipino. Cuál es su identidad. De dónde viene su cultura. Hacía que se dieran cuenta de que no estaban estudiando un idioma extranjero sino filipino. Los alumnos sin quererlo descubrían todas esas cosas mientras aprendían castellano.
Se inició don Guillermo en la docencia allá por los años 1960 dando clases de español en un colegio chino en Iloilo, su provincia natal. A los pocos años se trasladó a Manila, donde ejerció varias décadas hasta su retiro como profesor. Trabajó en los colegios San Juan de Letrán e International School, y en las universidades Adamson y University of the Philippines. Creó la Confederación Nacional de Profesores de Español y es miembro de la Academia Filipina de la Lengua Española.
Lo que en otro país sería una actividad profesional como cualquier otra, en Filipinas era una batalla contra la administración púbica en un proceso agonizante para el español encaminado a su eliminación total. Aunque en los comienzos de don Guillermo como profesor los programas de educación todavía incluían una asignatura de español en la universidad y se enseñaba español en la enseñanza secundaria en algunas escuelas, los medios no eran acordes a la normativa. Faltaban profesores. Pero no podía permitir don Guillermo que hubiera alumnos en su colegio que se quedaran sin aprender español. Unos minutos en un aula, y para otra aula. Y después para otra más. Así varias aulas en lo que duraba la clase. Todas llenas de alumnos. Pero ¿qué hacían los alumnos cuando el profesor se iba a otra aula? Escuchaban una grabación que había puesto a sonar. Así era don Guillermo. Hacía lo imposible para lograr su propósito.
Llegaron los años 1980, más trágicos si cabe para el castellano en Filipinas. Después de siete décadas de incesante manipulación contra el español se llegó a un punto en que no solo los medios de comunicación y libros de texto atacaban a España. El cuerpo de docentes también era víctima —y a la vez partícipe— del desconocimiento de la historia y el rechazo a la Hispanidad. Había incluso profesores que, no contentos con rechazar el español y el legado de España, eran capaces de actuar de la forma más reprobable.
En conversación con Guimo, me contó que por aquellos años, cuando era alumno de primaria, un día la profesora, al explicar a los alumnos quién fue José Rizal, dijo de forma tajante: «Lo mataron los españoles», y acto seguido señaló con el dedo a Guimo y dijo: «¡Ellos lo mataron!». Que el hijo de don Guillermo supiera hablar español porque su familia lo había conservado fue lo que llevó a la profesora a realizar semejante agresión.
Regresó Guimo a su casa cabizbajo y le contó a su padre lo sucedido. No debía saber muy bien la señorita quién era el padre de su alumno, pues al día siguiente estaba don Guillermo en el colegio reunido con ella y con el director. «¡Mi padre la hizo llorar!», dijo Guimo con una sonrisa mostrando orgullo.
En 1987 se eliminó el carácter oficial del español y la obligatoriedad de estudiar español en la universidad. Aquello fue el desastre final de una tragedia que de forma ininterrumpida se había ido haciendo más grande desde 1898. El español ya no se estudiaba en el colegio ni en la universidad, y solamente algunos ancianos hablaban el español en casa. Además, en aquellos años el español todavía no tenía la internacionalización que tendría después. Los filipinos no tenían ningún incentivo para aprenderlo. Ni veían al español como un idioma filipino o vinculado a su país ni les interesaba como idioma extranjero. Más cuesta arriba ya imposible. ¿Qué más podía hacer don Guillermo en su batalla por la recuperación del castellano?
En mi viaje a Filipinas quise hacer un paréntesis en la búsqueda de información sobre Guillermo Gómez para conocer personas hablantes de chabacano. En Cavite todavía hay gente que habla este idioma hermano del español, aunque, en contraste con el chabacano de Zamboanga, no son muchos los de Cavite que mantienen la variante de su región. Me hablaron de Wilfredo Pangilinan. Es un chabacanohablante caviteño sexagenario. Su abuelo fue Gervasio Pangilinan, nacionalista filipino que fue militar en el Ejército español y revolucionario contra los Estados Unidos, conocido por los historiadores de Filipinas porque fue el autor del libro en español La histórica Cavite.
Fui a visitar a Wilfredo a San Roque, distrito de Cavite en que reside. Al encuentro asistió su vecino Carlos Salazar, también chabacanohablante. Tras disfrutar escuchando una conversación en chabacano entre ambos, Wilfredo me mostró el manuscrito original del libro de su abuelo, y me dijeron que todavía hay caviteños en edad adolescente que hablan chabacano. «¿Cómo así? Había escuchado que ya no hay gente joven que hable el chabacano de Cavite», le dije sorprendido. Y me dijo que en los años 1980 se promocionó el español en varias escuelas de Cavite y que eso motivó a algunas personas a conservar el chabacano y enseñarlo a sus hijos.
¿Qué hizo que en una época en la que se dio la estocada final al español en Filipinas se impulsara este idioma hermano en Cavite? Pues otra vez aparece Guillermo Gómez Rivera. De sobra conocía el sabio don Guillermo la motivación que suscita aprender un idioma cercano a la lengua materna de uno. Y para allá envió su método. Para Cavite. La cercanía con Manila facilitó la promoción de su sistema de enseñanza de español, sus grabaciones y sus libros en varias escuelas en esta provincia. Y hoy tenemos el resultado: jóvenes que bien entrado el siglo XXI todavía hablan el chabacano de Cavite. Muy probablemente, como me dijo el Sr. Pangilinan, son la consecuencia de la promoción del español en la generación de sus padres en varias escuelas de la región. Conocerlos será sin duda un nuevo plan para mi próximo viaje a Filipinas.
Don Guillermo escritor
Quis ut Deus, La última corrida y The Filipino State and Other Essays (Centiramo Publishing 2018). No tenía yo más espacio en la maleta, así que fueron solo tres los libros los que permití a Guimo que me regalase y en los que tuve la suerte de que estampara su firma don Guillermo el día que le visité. Pero son muchas más las obras que componen su legado literario. Antes de llevarme a visitar a su padre, Guimo me llevó a su casa, donde pude disfrutar varias horas hojeando decenas de sus libros y artículos.
Valga la obviedad, comenzó don Guillermo por el principio, dando a conocer el origen de la casi eliminación del español en Filipinas que sufren los filipinos en nuestros días. Lo hizo escribiendo El caserón. Es una comedia ambientada en los primeros años de la ocupación por los estadounidenses. Fue el pistoletazo de salida. Después escribió métodos de enseñanza de español y, durante más de cuatro décadas, entre libro y libro de didáctica del idioma, plasmó su talento y dedicación escribiendo también sobre historia, geopolítica, arte, cultura y poesía. En total decenas de libros y artículos en publicaciones periódicas.
Escribió en lenguas bisayas y, principalmente, en español. Siempre se resistió don Guillermo a escribir en inglés, pues aunque son solo una pequeña parte de filipinos los que pueden leer sus trabajos, entendió que lo importante es mantener vivo el cuerpo literario en español como idioma filipino. Gracias principalmente a su obra podemos decir que la literatura filipina en español ha llegado hasta el siglo XXI.
No obstante hizo don Guillermo una excepción. Como muestra de la ausencia de rechazo a ningún idioma, en los últimos años escribió The Filipino State and Other Essays. Es un libro que narra la historia de Filipinas como no se había hecho nunca en inglés, y expone las claves para que el pueblo filipino pueda salvarse y reencontrarse. Es un trabajo necesario por estar en un idioma que entienden la mayoría de los filipinos, y que sirve también de nexo con el resto de su obra.
No sería justo ni completo en este breve apartado sobre la faceta literaria de don Guillermo no hablar del español de Filipinas. Me refiero a la variante filipina del castellano, fruto de la implantación que tuvo la lengua española en unas islas en las que se hablan más de cien idiomas, con la consiguiente evolución hacia una variante única en el mundo: el español filipino.
Meses antes de mi viaje a Manila, cuando di la conferencia en internet sobre mi libro, en aquella misma sesión Rafael Aldeguer dio otra conferencia sobre las características del español de Filipinas. Rafa es un filipino de habla española nativa, ¡de veintitrés años de edad! Es una de esas excepciones que hacen posible decir que el español es todavía un idioma filipino. Así que aproveché mi viaje a Manila para conocerle en persona.
En profunda conversación con Rafa, me sorprendió sobremanera cuando me habló de un encuentro que tuvo con el embajador de España en Filipinas en el que Rafa sacó el tema de la variante única del español en este país. «El embajador no sabía de qué le hablaba», dijo consternado. Esto nos sirve para hacernos a la idea de que, si ya es poco lo que hacen las autoridades, tanto de Filipinas como de España, para la recuperación del español, menos —o nada— se hace para que el castellano que vuelva a emerger en este país sea la variante filipina casi extinta.
Pero aquí también nos encontramos con don Guillermo. Si hacemos un recorrido por sus escritos vamos a conocer cómo es el español de Filipinas. No deja de lado la gran cantidad de palabras exclusivas de esta variante y, a pesar de la soledad que puede sentir hoy en día un escritor filipino en español, no sigue los patrones literarios del castellano de otras partes del mundo. Escribe don Guillermo en Filipinas y lo hace en español filipino. Y esto nos hace darnos cuenta de que el español, aunque casi desaparecido en Filipinas, está tan dentro de la identidad filipina que este país sería bien distinto si no hubiera estado presente desde que se unificó la nación filipina hasta nuestros días.
Don Guillermo artista
Además de visitar a Guillermo Gómez, a David Collado, a Wilfredo Pangilinan y a Rafael Aldeguer, aproveché el viaje para conocer en persona a mis alumnos a los que daba clase por internet. Quedé con ellos en Intramuros —la ciudad amurallada construida en la soberanía española— y me llevaron al restaurante Barbara’s Heritage, conocido por su estilo antiguo y porque ofrece espectáculos de danza flamenca. Mientras almorzábamos, se dio paso a una sesión de baile y dos jóvenes filipinas irrumpieron en un pequeño escenario.
A los pocos minutos terminó el espectáculo y me acerqué a las artistas.
—¿Dónde habéis aprendido a bailar flamenco?
—Nos enseñó nuestro abuelo.
Iba yo a preguntarles quién era su abuelo cuando las castañuelas que tenían en las manos frenaron mi pregunta. Antes de ir a Filipinas, Guimo me había encargado dos juegos de castañuelas de España para sus hijas y se las entregué nada más llegar a Manila. ¡Eran las castañuelas que yo había traído de España!
Nuevamente el mismo cruce de destinos, pues las bailarinas eran las nietas de don Guillermo.
Comenzó don Guillermo su carrera artística bailando en casas particulares y cantando en español en una emisora de radio en Iloilo. El baile y el cante le acompañarían como actividades habituales por siempre hasta su envejecimiento. Compuso canciones en español, grabó varios discos y dio clase de danza española durante varias décadas.
Me contaron las nietas que su abuelo tuvo una escuela de baile en Manila cuando ellas eran pequeñas. Al momento me vinieron a la cabeza unas imágenes que vi hace mucho tiempo en la televisión de España en las que se bailaba flamenco en Filipinas. De vuelta al hotel, pude encontrar en internet el video de aquellas imágenes que vagamente recordaba. Eran de un pequeño reportaje emitido hace al menos diez años. Y sí. Trataba de la misma persona que yo había venido a buscar a Filipinas. Don Guillermo mostraba a la cámara su escuela de danza «El Cañí» a la vez que respondía a las preguntas del periodista:
— ¿Dónde aprendió usted?
— Fui hijo de una bailarina española… adoptivo.
Y al sacar imágenes de sus alumnos bailando, para sorpresa de cualquiera, no sonaba ninguna canción clásica, sino que éstos hacían movimientos de danza flamenca mientras sonaba la canción La chica yeyé. Impresionante es poco para describir cómo los alumnos aprendían a bailar flamenco al ritmo de una canción de rock and roll. Y en español.
Así don Guillermo combinaba la pasión, el arte y el trabajo con la originalidad y la estrategia. Lo español, que durante décadas en Filipinas se había considerado como algo pasado de moda, en su escuela parecía algo rebelde y moderno. Imposible tenía que ser para aquellos afortunados filipinos que asistían a sus clases, no solo aburrirse, sino dejar de sentir el atractivo de la danza española y lo acorde a los tiempos que corren que puede llegar a ser. Esto es otra más de las anécdotas fascinantes con que me encontré al indagar en la vida de Guillermo Gómez Rivera.
Es importante saber que don Guillermo en toda su vida solamente estuvo una vez en España, y por un período corto. Durante casi tres cuartos de siglo se dedicó a recuperar, mantener y difundir la Hispanidad de Filipinas. Y lo hizo desde este país. Hace pocos años dijo en una entrevista: «España sigue aquí espiritualmente, por eso siguen haciendo propaganda en su contra, porque tienen miedo de que la verdad sobre España salga a la luz». No le hizo falta a don Guillermo importar nada nuevo de España porque lo español está en Filipinas, porque la esencia hispánica se respira y se siente aunque quieran ocultarla.
Por medio de sus canciones, sus clases de baile y, principalmente, su enseñanza del idioma y sus escritos, ha hecho que muchos filipinos puedan conocer de dónde viene su cultura y su identidad. La obra de Guillermo Gómez Rivera hará que su memoria perdure para siempre. Se consiga o no se consiga la vuelta del español a Filipinas, su trabajo nunca se podrá borrar y servirá para que se haga justicia histórica. Más tarde o más temprano la mayoría de los filipinos tendrán conciencia de la cercanía de su país con España. Sabrán lo poco que nos separa y lo mucho que nos une. Y estoy convencido de que el trabajo de don Guillermo tendrá mucho que ver con ello.